1.8.11

De Partidas

Era la despedida. Una de las tantísimas despedidas de esos tiempos en que
vivíamos con un pie en el otro lado, en algún otro exilio, siempre allá,
dondequiera que allá sea, siempre que sea loin, lluny, lontano reino, para
una que vive partiendo. De entre las despedidas todas, de entre todas las
despedidas posibles, montar el adiós en un tren y decirlo andando.

El último Tren de la Tierra. En su columna vertebral, siete pasajeros que
se dirigen todos al fin del mundo, el fin del propio mundo, el fin de los
labios de un amante, el fin de una hoja quebradiza, el fin de un latido,
el fin de una nota desafinada, el propio fin. Moira soñó una despedida, y
convertimos la casa en escenario onírico para presentarla a un público
desconocido. Zaloren se transformó en estación de un tiempo perdido, y
emitimos billetes sellados por un timbre de ochenta años atrás,
repartiéndolos aquí y allá, sembrándolos en ventanas ajenas, en sombreros,
detrás de esquinas. Dieron las nueve, y una comitiva de espectadores
envueltos en vestidos de otra época tocó a la puerta. Con maleta en mano y
listos para la travesía, los asistentes tomaron su lugar en la fila de
pasajeros, dispuestos a abordar ése, el último vagón hacia la eternidad,
hacia una nueva realidad. Las vías atravesaban, de lado a lado, la casa
entera, la terraza, la azotea, y continuaban hasta un abismo indiscernible
al otro lado del umbral.

-Última llamada, favor de abordar, tren directo al Volcán Volaverunt, se
suplica no olvidar sus sueños.

Una mujer desnuda que carga en su piel todos los silencios existidos. Un
corazonista que ha olvidado sus notas, que busca siete latidos para volver
a aprender a cantar. Una mujer que ha dejado de sentir calor, y que va al
tren a encontrarlo, a morir. Un conductor que ha perdido la capacidad de
viajar, pues hay que aprender a partir antes de atreverse a llegar. Dos
hermanas sin identidad, que se inventan con cada destino una historia, una
personalidad en cada nuevo lugar. Y la última poeta sobre la Tierra, que
se despide de la poesía escribiéndola en los cuerpos de los pasajeros,
destinación Volaverunt.

En el cráter del volcán vive un hombre, que ha decidido dedicar cada
respiro a la música, y rodeado de pianos, se ha condenado a una eterna,
etérea soledad. Un hombre acosado por el silencio, el último pianista del
cielo.

Una paloma blanca emprende el vuelo indicando el comienzo. Bienvenidos al
reino de los sueños.

Desde Vaivent, Volaverunt,

L.

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Y despedirse, con la ligereza de una palabra sola...