29.8.11

De Marchitares

Y es que de pronto pintar el exilio ya no es suficiente; el viejo de
olvido que pinté con mi sangre, por no querer desperdiciar esa metálica
sangre, me mira desde una quietud inalcanzable y se ríe de mí, y pensar
que era tan líquida, tan efímera, tan clara, esa sangre mía. Y esperar
entonces que sean las palabras, las que me aten, las que me aferren a la
sanidad, al suelo, las que me obliguen a despertar de este sueño. Y es que
usted no lo sabe, usted no lo puede saber, pero he vuelto a soñar. Después
de meses de no hacerlo, despertar antes que el Sol y decirme, He vuelto a
soñar. Y escribirlos una vez más, con una manía demente, mis sueños, y las
uñas se me rompen porque se escapan los recuerdos, y los pinto, esta vez
en tinta, porque así es la vida, te agarra desprevenido, cuando todavía
tienes el alma adormentada, y te siembra dentro una imagen, un olor, un
sonido que después no te lo quitas más, y cómo escapar, ¿me lo explica
usted? de esta cosa que rasguña y arranca pedazos de alma a mordidas, esta fiebre ciega esta ceguera que uno escoge sin saberlo, este sabor a muerte aquí en el pecho. Y esa allí era la felicidad. Lo descubres después, cuando es demasiado tarde, y ya eres, para siempre, un exiliado: A miles de kilómetros de aquella imagen, de aquel sonido, de aquel aroma. A la deriva. Los aullidos de las cavernas de Atlam y los agujeros de sal de Atlam y el llanto del silencio en Atlam y Atlam que quema desde la lejanía. Y ninguna advertencia, ningún aviso, y marchitarse a océanos de distancia, y no poder volver, a esa isla inventada.

Hoy sumergí mis orquídeas en la vida que se me escapaba por una herida, y
sus venas se tiñeron de rojo y empaparon el suelo con el color de Agartha.
La sangre dejó de brotar, pero mis orquídeas están muertas. Y pronto será
hora de partir, una vez más, y no me las llevaré a cuestas, como tantas
otras veces; mis libros, mi andar y mis orquídeas. Hace años que anuncian
con su florecer la llegada de una nueva odisea, mas hoy se deshojan, y tal
vez sea que esta vez anuncian un naufragio escarlata en las arenas del
tiempo, pues Moira dice que pronto, que pronto abriremos el teatrotamundos
y de nuevo tatuaremos cada centímetro de Océano Mar con nuestros pasos
hasta que las manos nos huelan a mapa viejo, dice Moira que nos
encontremos, en algún exilio, y levantemos el telón del siguiente acto,
pero a mí no me quedan más pétalos que los que tengo pintados en la
espalda, y de pronto ya no es suficiente para absorber el calor del Sol y
convertirlo en una historia, y escribir con él este interminable vaivén
que viene y va sin ir a ningún lugar, y quizás Agartha sea eso, el país
inexistente al que pertenezco, y este delirio de ser siempre un extranjero
no sea otra cosa que una necedad para seguir corriendo, pero es que el
aliento de un horizonte nuevo, sobre la piel, vale más que el calor de
cualquier cielo.

Pero he vuelto a soñar, por primera vez desde que partí, volver a soñar.
Si usted existe, hombre, si usted respira, no responda, jamás, tenga
piedad. No lea, si no lo desea. No es eso lo que importa. Nada de eso
importa.

Carmesí, carmín, bermeja noche,

L.

15.8.11

De Azares

Me anunció sin preámbulos que la había encontrado. Nuestra primera obra.
Llevábamos ya meses, quizás un par de años, torciendo la realidad en
juegos que nos inventábamos por la calle, en azoteas, en callejones de
Sol, entre las piedras. Presentaciones sin muchas reglas, sin demasiada
preparación, con el único denominador común de borrar la barrera entre
éste, el mundo tangible, y ese otro universo pocas veces visible, ése que
aprendimos a descubrir, a manipular, a usar como disfraz hasta olvidar
dónde habíamos dejado el umbral, hasta preguntarnos si alguna vez había
existido otro lugar. Habrá sido por esos tiempos, entre un escenario
improvisado y el siguiente, en un momento intrazable, una sucesión de
momentos indescifrables, que nos volvimos hermanas. Sin acuerdo previo o
planeación, despertamos una noche para descubrir, ahí, en el aire, una
certeza que nació a la par del tiempo, que esperaba sólo a ser reconocida,
sin necesidad de buscarla, ¿lo entiende usted? Dice Sándor Márai, en “El
Último Encuentro”, que no hay nada en el mundo que pueda compensar una
verdadera amistad. Que ni siquiera la pasión devoradora y desesperada que
une a hombres y mujeres puede brindar tanta satisfacción como una amistad
silenciosa y discreta, pues la amistad es una hazaña, en el sentido fatal
y silencioso de la palabra, donde no resuenan ni sables ni espadas. Y yo
le creo, a Sándor Márai, porque Moira fue mi hermana desde antes de
encontrarla.

Un hombre me regaló una llave esa mañana, envuelta en un papel con un
mapa. En el mapa, un lugar, en el lugar, una cerradura, y detrás de ella,
un libro. Guardé el libro, y subí las escaleras al teatro de Moira. He
encontrado la obra, dice. Me siento en el suelo, y de su armario saca un
espejo, rojo, con rosas disecadas hiladas al marco, y un laberinto de
palabras, rojas también, surcando el vidrio. Moira se sienta de espaldas a
mí, mirando al espejo, y lee sobre su reflejo un encantamiento-

Infinitésima piccola puertecita to the self-heart.

Entrez, per favore, please come in,

But once you are in-side, which side?

This side

De-cide

Hemos encontrado la obra, dice, el circo con el que comenzaremos a
ferrocircunventolar el Océano Mar, el teatrotramundo con el cual
tatuaremos el cielo inteiro: la Caravela Caravana de la obra primera de
Eliseo Alberto-
Abro mi bolso, saco el libro que me encontró esa mañana detrás de una
llave anónima, y se lo pongo a Moira en las manos. En la portada, un cisne
negro suspendido en la carpa de un circo. Y sobre ella, las palabras “La
Eternidad Por Fin Comienza un Lunes”, ópera prima de Eliseo Alberto.

En vilo,

Lua

1.8.11

De Partidas

Era la despedida. Una de las tantísimas despedidas de esos tiempos en que
vivíamos con un pie en el otro lado, en algún otro exilio, siempre allá,
dondequiera que allá sea, siempre que sea loin, lluny, lontano reino, para
una que vive partiendo. De entre las despedidas todas, de entre todas las
despedidas posibles, montar el adiós en un tren y decirlo andando.

El último Tren de la Tierra. En su columna vertebral, siete pasajeros que
se dirigen todos al fin del mundo, el fin del propio mundo, el fin de los
labios de un amante, el fin de una hoja quebradiza, el fin de un latido,
el fin de una nota desafinada, el propio fin. Moira soñó una despedida, y
convertimos la casa en escenario onírico para presentarla a un público
desconocido. Zaloren se transformó en estación de un tiempo perdido, y
emitimos billetes sellados por un timbre de ochenta años atrás,
repartiéndolos aquí y allá, sembrándolos en ventanas ajenas, en sombreros,
detrás de esquinas. Dieron las nueve, y una comitiva de espectadores
envueltos en vestidos de otra época tocó a la puerta. Con maleta en mano y
listos para la travesía, los asistentes tomaron su lugar en la fila de
pasajeros, dispuestos a abordar ése, el último vagón hacia la eternidad,
hacia una nueva realidad. Las vías atravesaban, de lado a lado, la casa
entera, la terraza, la azotea, y continuaban hasta un abismo indiscernible
al otro lado del umbral.

-Última llamada, favor de abordar, tren directo al Volcán Volaverunt, se
suplica no olvidar sus sueños.

Una mujer desnuda que carga en su piel todos los silencios existidos. Un
corazonista que ha olvidado sus notas, que busca siete latidos para volver
a aprender a cantar. Una mujer que ha dejado de sentir calor, y que va al
tren a encontrarlo, a morir. Un conductor que ha perdido la capacidad de
viajar, pues hay que aprender a partir antes de atreverse a llegar. Dos
hermanas sin identidad, que se inventan con cada destino una historia, una
personalidad en cada nuevo lugar. Y la última poeta sobre la Tierra, que
se despide de la poesía escribiéndola en los cuerpos de los pasajeros,
destinación Volaverunt.

En el cráter del volcán vive un hombre, que ha decidido dedicar cada
respiro a la música, y rodeado de pianos, se ha condenado a una eterna,
etérea soledad. Un hombre acosado por el silencio, el último pianista del
cielo.

Una paloma blanca emprende el vuelo indicando el comienzo. Bienvenidos al
reino de los sueños.

Desde Vaivent, Volaverunt,

L.