Hace tiempo que no duermo. Desde que dejé Agarta, no he podido dormir igual. Y hoy abrí un libro de Galeano, al azar, y me encontró detrás de una página una frase que decía "no dormía por falta de cosas que soñar". Y es que usted no lo sabe, no lo puede saber, pero en Agarta, cada mañana, al despertar, escribía mis sueños en un pedazo de papel. Había mañanas en las que escribía durante un par de horas, en las que recordaba siete, ocho, nueve sueños enteros. Moira y yo dijimos, el día que nos mudamos a la casita de la puerta azul, que los pegarìamos en la pared, nuestros sueños, las paredes altas sobre la cama, sin pintura, las paredes desnudas de Atlam. Y mis sueños ocupaban cada vez màs espacio, y debía subirme al armario para poder pegarlos, pero ni siquiera eso fue suficiente, y una mañana invadí el espacio onírico de Moira, pero es que Moira, sueños, escribió sólo dos, cortitos, en un trozo de cartón. Sobre su cama había sólo tres manzanas, para ahuyentar al fantasma de Pablo, y un día, mientras estaba trepada en el armario, le pegué a su cabecera y una de las manzanas cayò rodando. Era roja, pequeña, comprada al Ruso que vendìa fruta en la esquina. La recogí y la volví a poner sobre la cabecera, y se comenzó a pudrir antes que las otras, pero ahí la dejamos, esperando que Paulo y sus pájaros se pudrieran con ella. Cuando dejè Atlam, despegué mis sueños de la pared y, uno a uno, los metì en un sobre color marròn, sin leerlos, sin orden, sin fecha, y me los mandè a mí misma, a una Luna al otro lado del cielo, de las cavernas cantoras de Agarta. Llegaron meses después, en el sobre marrón oscuro, a esta casa de vacíos y fantasmas de orquìdeas, al otro lado del ocèano mar, a miles de horizontes de distancia, mis sueños. Esa noche, le entreguè el sobre, sin abrir, a un payaso de sonrisa triste, para que lo escondiera. Porque no existe exilio màs cruel que uno elegido. Regresé unos días más tarde por ellos. Y no me los pude llevar, mis sueños.
Encontrè una puerta vieja, de madera desgastada, con las manijas oxidadas. Tendrá medio centenar de años más que yo, la habrán tocado miles de manos más que a mí, no lo sè. Esta noche comenzaré a dormir sobre su madera, esperando que a través de ella pasen las historias que no he soñado desde que abandoné el teatro de Atlam, isla desconocida, isla perdida.
Desde la eternidad,
L.
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Y despedirse, con la ligereza de una palabra sola...