Si Agartha fuese una memoria. Si pudiese sentarme aquí, sabiendo que nunca volverá. Mi casa está llena de sonidos que un día me enloquecerán.
Reconstruyendo eternamente el patrón de algo perdido para siempre, que no puedo olvidar. Caminando en frente de mí misma, en perpetua expectativa de un milagro. Oyendo demasiado, viendo más de lo que es humanamente soportable. Mi casa está vacía, bañada en Sol, viva. Y ya no hay nadie que se acueste conmigo sobre la cama de mi locura, que me lea las estrellas antes de irme a dormir. Soy la mujer más cansada del mundo. La vida requiere un esfuerzo que no puedo hacer. Debo poner mis pies bajo las almohadas, constantemente, para poder permanecer sobre la Tierra. Tengo tanto miedo de encontrar a otro como yo, y tanto deseo de hacerlo. Estoy
terriblemente sola, mas aterrorizada de que penetren mi aislamiento, y que
deje de ser la dueña de mi universo. Pero Agartha me penetró con tanto
entendimiento que me tuve que rendir, y compartir mi reino con ella. Dicen
que sólo el miedo a la locura nos puede sacar del recinto de la soledad,
de la santidad de nuestra soledad. Al menos, eso decía Moira.
De entre todas las cosas que Moira y yo compartimos, el Océano Mar fue la
que nunca nos abandonó. Donde quiera que estuviésemos, siempre teníamos el mar para refugiarnos en él. Nuestra casa estaba llena de agua, siempre teníamos el agua para descansar en ella, para dormir debajo del nivel de las tormentas, como dentro de un diamante de mar. El agua transmite las vidas y los amores, los pensamientos y las palabras. Debajo del vientre del mar no existe movimiento, sólo la suave caricia de moverse dentro del cuerpo de otro. En paz. No recuerdo haber tenido frío allí, ni calor.
Sólo la temperatura del sueño. No recuerdo haber llorado, pues la sal de
nuestro hogar se confundía con el sabor de las lágrimas. Acunada por el
ritmo de las olas, el palpitar de los sentidos, el roce de la seda. Por el canto de Atlam.
Un día vi a un hombre sentado al Sol, y me acerqué por detrás y besé su
sombra. Besé su sombra y el beso nunca lo tocó; mi beso se perdió en el
aire y se derritió en su sombra. Así ha sido el amor para mí: como un
largo beso de sombra, sin esperanza de realidad. Las palabras que no
gritamos, las lágrimas guardadas, la maldición que nos tragamos, las
frases que cortamos, el amor que asesinamos. Sabemos que más allá de las
paredes de la casa del incesto, existe la luz. Y a pesar de eso, ninguno
de nosotros puede caminar hacia ella.
Atrapadas en la Casa del Incesto, por el amor de la propia hermana,
cubiertas de alga marina y con los pies atados por arrecifes de coral,
lloramos juntas, y Moira se arrodilló en frente mío y comenzó a toser,
hasta escupir su corazón. Nosotros, los que escribimos, sabemos el
proceso. De escupir el propio corazón.
Usted lo sabe,
L.
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Y despedirse, con la ligereza de una palabra sola...